TESIS DEL Dr. MIGUEL ANGEL PAGÉS (Argentina)

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SIMILITUD SEGÚN LA POTENCIA DEL MEDICAMENTO.

 

La similitud puede corresponder a las bajas, medianas o altas potencias, de acuerdo con la susceptibilidad de cada paciente.

Kent, en su "Filosofía Homeopática", Lección XXXIV nos dice:

"De todo lo que hemos estudiado deberíamos sentar bien claramente que la potencia trigésima es lo suficientemente baja para empezar el tratamiento de cualquier enfermedad aguda o crónica, pero donde está el límite no hay mortal que lo pueda saber. Es preciso que sigamos las series para llegar a los mismos estados interiores que existen en grados en la medicina".

Lo habitual es que la mayoría de los pacientes susceptibles a un remedio lo son en todas las potencias, es evidente que hay casos especiales que solo reaccionan a determinadas potencias. Para comprender mejor esta similitud nos vamos a remitir a León Vannier en su libro "La práctica de la Homeopatía" que en el capítulo sobre el remedio homeopático nos habla de las potencias. Debemos tener en cuenta que este concepto es lo que actualmente denominamos Pluralismo Francés. (12)

 

"El remedio homeopático es el remedio que actúa "omnidosi", a cualquier dosis, con la condición absoluta de que esté "determinado homeopáticamente", es decir, elegido según la Ley de la Semejanza cuyos principios han sido aclarados de una manera tan completa por Hahnemann.

Toda sustancia, sea cual fuere, puede llegar a ser remedio homeopático si sus indicaciones son conocidas experimentalmente y respetadas clínicamente. A todo estado morboso caracterizado por un conjunto de síntomas, se opone un remedio caracterizado por signos análogos. La expresión morbosa significativa y la expresión significativa terapéutica se manifiestan de modo paralelo. Cuando la analogía es completa, se ha establecido el diagnóstico del remedio, pero para que su acción alcance su completa eficacia, debe ser dinamizado científicamente, dosificado con exactitud y determinado homeopáticamente.

Toda sustancia destinada a empleo homeopático se tritura y después se diluye. La mira de las preparaciones homeopáticas es obtener una cantidad más y más pequeña; la fragmentación de la molécula original se logra por dilución sucesiva combinada con sacudimiento. Al remedio homeopático así obtenido se lo llama "dinamizado", y esta palabra consagra al mismo tiempo una verdad y un error.

Verdad: La atenuación progresiva de la sustancia activa contenida en el remedio le confiere posibilidades de acción de las que carece la sustancia original. Ocurre como si las diluciones sucesivas hubieran engendrado una nueva potencia insospechada, que sólo el resultado terapéutico pone de manifiesto.

Error: La nueva no aumenta indefinidamente con el número de diluciones; sigue una curva que primero es ascendente, llega al umbral máximo y después desciende hasta llegar a cero.

La palabra dinamización es exacta cuando permite comprender la creación de una fuerza que puede utilizarse con fines terapéuticos; es falsa cuando lleva al concepto de infinito ilimitado. La dosis infinitesimal es "infinitesimal" porque es de orden infinitamente pequeño, pero no es una cantidad que pueda reducirse indefinidamente. El orden de pequeñez tiene límites, y estos límites permiten justificar su aplicación, su elección y sus resultados, lo mismo que mantener con sinceridad y exactitud rigurosamente científicas la práctica de la homeopatía.

El problema de la posología homeopática no viene de ayer. Ya en tiempos de Hahnemann surgieron discusiones entre sus discípulos y, durante cerca de cien años, los homeópatas han sido arrullados y engañados por el mito de las acciones primarias y secundarias. Yo mismo he presenciado épicas luchas entre hombres honrados , sabios de buena fe, igualmente anhelantes de encontrar la verdad, cuyos argumentos, ora filosóficos, ya científicos, a veces clínicos, parecían igualmente justos y eran tan convincentes unos como otros. ¿Ha resultado de todas estas discusiones una nueva certidumbre o un orden real que haya dado una orientación fácil a la práctica de la Homeopatía? No. Todos se mantienen en sus posiciones y los espectadores, si bien algunos han tomado partido y se han vuelto partidarios irreductibles de la opinión adoptada, en su mayor parte han permanecido indiferentes, considerando la esterilidad de toda la agitación, indiferentes ante la cuestión primordial: la prescripción de la dosis infinitesimal útil. "La sustancia natural y la sustancia atenuada son dos medicamentos diferentes". Esta afirmación, enunciada por Hering en 1895, es rigurosamente exacta:

"Mucho trabajo se ha tomado para determinar lo que es una dosis fuerte o una débil, y los esfuerzos ningún resultado han dado", escribe Attomyr.

Y añade: "Se ha interpretado con falsedad la acción de las diluciones altas y bajas, diciendo que la diferencia estribaba en la fuerza o la debilidad".

En 1896 el Dr. León Simon, a quien conocí perfectamente, escribía: "Nunca se ha visto entre las diversas dosis otra diferencia que su mayor o menor energía, de lo que ha resultado una deplorable confusión de la terminología porque, según el punto de vista que se adopte, se emplean los términos atenuación y dinamización como sinónimos de dilución y se ha llegado a la paradójica conclusión de que el medicamento es tanto más fuerte cuanto más diluido esté".

En toda época siempre se ha buscado liberar el espíritu de la materia, y las sucesivas sublimaciones y destilaciones a que se han sometido numerosas y variadas sustancias tendían sólo a desarrollar la virtud curativa cuyos efectos y modos de aplicación bien conocían nuestros ancestros, y no a extraer los elementos constitutivos de tales sustancias. La fragmentación de la molécula, la liberación de una fuerza destinada a fines terapéuticos, han sido siempre, y seguirá, siendo, las metas que persigue todo médico; basta con dedicar una ojeada a los trabajos más recientes de la farmacopea moderna para apreciar que, alópatas y homeópatas, todos tenemos el mismo fin.

En cierta ocasión escribí: "El remedio homeopático es la fuerza exteriorizada de la sustancia que se experimenta tomada como remedio". No creo haberme equivocado, porque dicha fuerza real sólo aparece cuando la molécula se fragmenta. No hay que perder el tiempo en discusiones inútiles cuyos argumentos se basan o en la etiología de fenómenos experimentales estrictamente limitados, o en la comprobación de hechos clínicos obtenidos con una gama de diluciones cuya jerarquía está equivocada, pues se funda en valores inexactos.

Las diluciones sucesivas a las que se sujetan las materias primas animales, minerales o vegetales de nuestros preparados, son necesarias. No aumentan la potencia del remedio homeopático; le dan nuevas propiedades cuya acción es determinada por los signos patogenésicos experimentales. Cuando afirmamos que el remedio homeopático ha de ser dinamizado no queremos decir que podamos aumentar la potencia terapéutica de una sustancia por medio de una serie indefinida de manipulaciones, sino que, por tales maniobras operatorias, liberamos una nueva posibilidad de acción, cuya amplitud se halla limitada por las condiciones físicas de su obtención.

La farmacodinamia homeopática está regida por las mismas leyes físicas que los fenómenos universalmente conocidos. Es verdaderamente raro apreciar, en el transcurso del tiempo, que ningún homeópata ha tratado de conocer la cantidad exacta de sustancia que ponía en acción para obtener sus magníficos resultados. Nada tiene de extraordinario la homeopatía. La doctrina es sencilla, es única; su práctica es simple, es única; su farmacopea es sencilla y también única, si uno se apega a las ciencias exactas, cuyas reglas físicas y matemáticas conocidas nos proporcionan garantías y seguridad.

El problema de la posología homeopática se ha planteado mal. Tal vez Hahnemann lo instituyó al escribir: "Sólo por experiencias puras, por observaciones exactas, puede llegarse a la meta". En realidad, añade el Dr. Léon Simon, de quien tomo estas líneas, Hahnemann sólo efectuó experimentos posológicos sobre los enfermos y raramente anotó en su Materia Médica las dosis que habían producido tal o cual síntoma.

Ciertamente que el problema de la posología homeopática se ha planteado mal. Antes de prescribir el empleo de una dilución es lógico y razonable conocer con exactitud su valor y apreciar las cantidades exactas puestas en acción, con la ayuda de las ciencias cuyas leyes, como suelen decir con razón nuestros adversarios, olvidamos voluntariamente. ¿No es más justo, más sincero, más científico, en una palabra, presentar a quienes vienen a nosotros elementos precisos y exactos, para que puedan comprender el más profundo arcano de nuestra terapéutica: la acción verdadera de la dosis infinitesimal?.

La mayoría de los experimentos efectuados, casi todas las observaciones clínicas presentadas adolecen de un error en su base porque la cifra de las diluciones empleadas no corresponde a un valor exacto de esas diluciones. Los experimentos se han hecho con el rigor deseable, las observaciones se han recogido intachablemente, pero dichas experiencias y observaciones no pueden ser comparadas porque las diluciones que se han utilizado varían según cada médico homeópata, cada preparador, y me atrevo a decir, que según cada preparación.

No se ha visto un patrón de pesas y medidas. La unidad de la Homeopatía es absoluta en lo que respecta a la determinación del remedio, pero en cuanto a su preparación, la anarquía es la regla. ¿Por qué? Porque los impulsores de los diferentes sistemas establecidos en el mundo no han querido plegarse a las exigencias de la rectitud científica que veda toda creación imaginaria. No se ha adoptado un módulo universal porque, la verdad sea dicha, los homeópatas no se han preocupado por hacerlo. Obtienen resultados y eso es bastante para afirmar el valor de su terapéutica a sus ojos.

Nunca, en ningún país, se ha calculado la dilución del remedio, jamás se ha determinado rigurosamente, nunca se ha explicado científicamente.

Sería imperdonable que siguiéramos los mismos errores en la enseñanza que proponemos. Los homeópatas franceses tienen a su disposición, desde hace varios años, un laboratorio modelo para preparaciones exactamente dosificadas, preparaciones que en cualquier momento pueden reproducirse rigurosamente con la misma dosificación y en las mismas condiciones. Estos preparados nos son presentados con las denominaciones habituales en las distintas nomenclaturas que existen, pero se ha preparado una tabla de correspondencias reales que permite precisar con exactitud el valor real de todas las diluciones, desde la primera hasta la milésima.

De las bajas a las altas diluciones reales no hay una distancia demasiado larga que recorrer, y el conocimiento de la escala permite comprender los resultados clínicos observados, que serían incomprensibles si no interviniera una medida científica para determinar las cantidades empleadas. Pueden considerarse:

    • como diluciones bajas, la 1º hasta la 6º.
    • como diluciones medias, las 30º
    • como diluciones altas, 200º y Mº.

El remedio homeopático debe estar dinamizado, debe ser exactamente dosificado.

Es bien conocido el valor real de la dilución, pero no puede efectuarse indefinidamente porque, después de una curva ascendente, llega al umbral máximo, para enseguida descender rápidamente hasta cero. El umbral máximo es sensiblemente el mismo para cada remedio. Pero si la escala de la posología homeopática se edifica así de manera inmutable por el orden cuantitativo de sus remedios, no sucede lo mismo en la escala terapéutica u orden cualitativo, que sufre algunas variaciones.

Ahora sabemos, según la condición actual de la ciencia, que es inútil perseguir la obtención de las diluciones para todos los remedios más allá de cierto límite X. Pero sabemos también que, para un remedio dado, la acción es diferente en calidad según los numerosos grados de la escala cuantitativamente determinada.

Veamos dos remedios; Solidago Virga y Lachesis. Solidago actúa mejor a la tercera dilución centesimal; lachesis, dado a la misma dilución, carece de efecto terapéutico. Sólo una alta dilución, y hasta es posible decir que la más alta dilución en el orden real, esto es, el límite superior de la escala real, permitirá obtener el resultado más eficaz.

La dosis del remedio ha de determinarse homeopáticamente, igual que se determina el remedio útil en un caso dado. En la elección de la dilución útil hay que apegarse estrictamente a la Ley de la Semejanza, principio absoluto que rige nuestra terapéutica.

Cuando se selecciona un remedio, la elección está determinada por la comparación que se establece mentalmente entre los síntomas clínicos observados y los signos patogenésicos conocidos. Se da Sepia a un enfermo que presenta las características de Sepia, Sulphur al que tiene los signos esenciales de Sulphur, etc.

En la elección de la dosis útil debe actuarse de la misma manera, buscar cuidadosamente la semejanza que existe entre los fenómenos observados y los signos experimentales del remedio, pero la prescripción ha de establecerse en orden inverso de tal suerte que la dosis recetada sea inversamente proporcional a la cantidad puesta en acción en la experimentación de que se trate. Podemos expresar así una ley:

La dosis terapéutica debe estar en proporción inversa con la dosis experimental.

Expliquemos esto: tomemos un remedio como Podophyllum. Todos sabemos que el extracto de Podophyllum en baja dilución, tercera centesimal, combate el estreñimiento, y que la administración continuada por cierto tiempo de la tintura de Podophyllum provoca violentos trastornos intestinales. Una alta dilución de Podophyllum, a veces con una sola vez que se administre, basta para curar una diarrea antigua, con la condición de que las características del remedio se cumplan exactamente: diarrea que sobreviene temprano por la mañana, acuosa, fétida, abundante, evacuada en chorro, más acentuada en otoño, después de comer frutas ácidas.

Opium, que en dosis masivas o en baja dilución provoca estreñimiento, lo cura dado en dilución alta.

Así ocurre con las sustancias que se han estudiado experimentalmente. Todas presentan una doble acción, primaria y secundaria o, si lo preferís, producen dos efectos opuestos en apariencia, pero que se suceden cronológicamente durante la experimentación. No es sorprendente, por lo tanto, encontrar síntomas de estreñimiento y de diarrea al estudiar un remedio, o signos de excitación y de depresión, cuya aparente oposición se explica por el transcurso cronológico de la experimentación. Deben conocerse las sucesivas etapas porque se encuentran en el enfermo, en la forma de etapas clínicas, a las que no puede darse otro nombre que el del correspondiente remedio.

Así, se suceden en el curso de la vida los ataques morbosos cuya significación, muy a menudo desconocida por el clínico, corresponden en la mente del homeópata con un remedio. Las etapas clínicas y las terapéuticas pueden superponerse retrospectivamente; por ello suele ser posible no solamente reconstruir los diferentes capítulos de la evolución morbosa de un enfermo, sino también encontrar las indicaciones de los distintos remedios homeopáticos que hubieran podido oponérseles.

La elección de la dosis útil también depende de la enfermedad.

He definido la enfermedad de esta manera: "La enfermedad es la expresión de la defensa de un individuo contra una fuerza que se opone a su actividad".

En ocasiones puede precisarse la fuerza oponente, y entonces se conoce la naturaleza de la enfermedad; la fuerza resistente siempre puede determinarse, porque se manifiesta en el conjunto de reacciones particulares de cada individuo, reacciones propias, cuyo conocimiento permite determinar el remedio útil, individualizarlo.

¿Cómo elegir la dilución útil en una enfermedad? De inmediato se establece una diferencia: a las enfermedades agudas corresponden las diluciones bajas, a las afecciones crónicas las diluciones más elevadas. En 1913 presenté un estudio semejante, y ahora reconozco que la división propuesta era demasiado simplista, y aun errónea en ciertos puntos. Podemos también diferenciar los remedios que obran principalmente en los casos agudos de los que tienen acción más profunda y se reservan para el tratamiento de las condiciones crónicas. Esta distinción no es dúctil y su observancia rigurosa conduce a numerosos fracasos.

Una enfermedad, cualquiera que sea, ocasiona la aparición sucesiva más o menos rápida de tres categorías de trastornos:

    • Sensoriales
    • Funcionales
    • Lesionales

Los trastornos sensoriales corresponden a las manifestaciones que dependen del sensorio del individuo, a las reacciones propias de la persona.

En pocas palabras constituyen el "estado de malestar", condición indefinible que comprende las sensaciones más raras y las impresiones más extraordinarias. Alteraciones de la sensibilidad (dolores), del psiquismo (mentalidad), se asocian y constituyen un estado peculiar que caracteriza el individuo afectado. La palabra "caracteriza" está en su debido lugar, porque el carácter del enfermo se modifica profundamente.

Estas importantes modificaciones del sensorio del individuo siguen siempre el mismo desarrollo. Acentuadas en el principio de la enfermedad, notables en el periodo de estado, se esfuman al paso que los trastornos funcionales adquieren importancia, y desaparecen casi por completo cuando las alteraciones lesionales aparecen. Siguen una regla fija. Sus características guardan estrecha relación con las características tipológicas del individuo. Es evidente que un tipo jupiteriano y uno saturnino presentarán, ante una misma enfermedad, reacciones diferentes, que pueden preverse. El conocer tipológicamente al individuo permite prever el uso terapéutico de un grupo de remedios; a la inversa, el diagnóstico del remedio homeopático a menudo hace posible llegar a la definición tipológica del enfermo.


Los trastornos funcionales son aquéllos que manifiestan el desarreglo de una función orgánica.

Por distintas causas, con frecuencia lejanas al órgano que padece, éste no produce, no rinde más, se hace insuficiente para su cometido. Al principio parece que está únicamente desarreglado, porque ni el examen más detenido revela modificación alguna. Este desarreglo es sucedido pronto por una alteración más o menos profunda. En el órgano cuyo funcionamiento está alterado siempre aparece el desgaste. Las enfermedades del corazón, aparte los ataques agudos, siempre son secundarias a un largo periodo de disfunción; lo mismo se aplica a las úlceras gástricas, frecuentemente consecuencia de la disritmia del individuo, mantenida a menudo por un tratamiento intempestivo, y en la enteritis espasmódica sostenida por la hipersensibilidad del enfermo. Nunca se apreciará lo suficiente la importancia de las causas que pueden provocar o exasperar la irritabilidad del individuo; contrariedades, preocupaciones, penas, etc., cuya acción hubiera podido anularse por una terapéutica apropiada.

No olvidéis que tales trastornos varían según el individuo. Veamos tres enfermos que padecen ligera insuficiencia hepática: uno reaccionará hacia Chelidonium y presentará heces descoloridas o de color amarillo oro que flotarán en el agua, y dolor localizado en el ángulo inferior del omóplato derecho; al examinarlo, se encontrará doloroso el lóbulo derecho del hígado. El segundo reacciona en Carduus marianus y presenta heces biliosas, orina amarilla, manchas hepáticas en la parte inferior del esternón y dolor preciso en el lóbulo izquierdo del hígado. El tercero padece notable timpanismo y presenta el hígado crecido; sufre de diarrea postpandrial, indolora y amarillenta, con abundantes gases. El excremento contiene alimentos no digeridos. El enfermo está agotado. El remedio será China.

Los trastornos lesionales son aquellos que se relacionan con la alteración más o menos profunda del tejido orgánico y con la mayor o menor extensión de la lesión, que puede ser constructiva o destructiva, según la naturaleza de la enfermedad, pero que siempre ocasiona paulatinamente la pérdida irreparable de la función del órgano, comprometiendo peligrosamente la vida del enfermo.

Ahora los síntomas son iguales para todos los individuos; ya no es aplicable la distinción del modo de reacción de manera precisa, no se establece diferenciación entre dos enfermos que presentan un ataque de uremia o una cirrosis atrófica. La lesión renal o hepática domina el cuadro morboso y el temperamento del individuo sólo se manifiesta en la fuerza moral que presenta ante la muerte, la que siente aproximarse y no puede evitar.

Los trastornos sensoriales, los trastornos funcionales y los trastornos lesionales se distribuyen de manera diferente durante el desenvolvimiento morboso de un estado agudo y de uno crónico.

A los trastornos sensoriales corresponden las altas diluciones.

A los trastornos funcionales corresponden las diluciones madias.

A los trastornos lesionales corresponden las bajas diluciones.

 

Veamos algunos ejemplos:

ACONITUM. Conocéis sus características:

"Acción congestiva aguda, violenta, que se traduce por tensión psíquica, nerviosa y vascular, que se acompaña de agitación física y mental con ansiedad."

Estudiemos ahora casos clínicos justiciables de Aconitum. Tenéis que tratar un enfermo que presenta los signos clínicos de la aortitis aguda; tiene agitación, angustia, ansiedad; su molestia precordial va acompañada siempre de miedo espantoso a morir. Pensáis, con razón, en Aconitum, pero lo daréis en trituración baja: 3º ó 6º trituraciones.

Observáis un individuo que presenta los mismos trastornos: agitación, angustia, miedo de morir, sensación de opresión y tortura en la región precordial, provocada por el susto o la emoción más pequeños, pero sin el menor signo clínico cardiaco, salvo cierto eretismo comprensible que se traduce en taquicardia intermitente; también daréis Aconitum, pero lo recetaréis a la 30º dilución.

Por último, supongamos que se trata de una persona extraordinariamente nerviosa que presenta agorafobia y que de pronto, sin razón alguna, sufre irracional angustia con miedo de morir de inmediato; prescribiréis Aconitum 200º.


BRYONIA

El individuo tiene fiebre y dolor de costado; comprobáis el principio de un derrame pleural. O bien, presenciáis el de un reumatismo articular con hinchazón de la articulación y aparición de líquido. En ambos casos ha reaccionado una serosa; existe un trastorno lesional cuya evolución sólo podrá modificarse dando Bryonia, remedio del que encontráis los signos característicos: dolor que se acentúa con el movimiento y mejora con la presión fuerte. Prescribiréis Bryonia 6.

También podéis observar un enfermo que padece desde mucho tiempo antes de trastornos digestivos. Después de las comidas experimenta sensación de pesantez, como si tuviera una piedra en el estómago. A pesar de esta aparente plenitud, siempre está sediento y bebe mucha agua. Hay estreñimiento pertinaz, sin deseo de evacuar; las heces son duras, secas, negras, como quemadas. Bryonia 30º os dará el mejor resultado.

Por último, supóngase que se trata de un individuo nervioso, impaciente, muy irritable, que monta en cólera por una fruslería. Insociable, no quiere recibir a nadie, porque teme los accesos de ira que lo enferman. Siempre atareado y agitado, tiene ansiedad y se inquieta por el porvenir. Por la mañana, en cuanto se levanta y hace un movimiento, lo atacan los vértigos. Bryonia 200 lo curará.

Podemos asentar una regla:

En todos los casos en que existe lesión, la dilución baja es la regla, la alta dilución la excepción.

Siempre que predominan los trastornos del sensorio, la dilución alta es la regla, las bajas diluciones la excepción.


Las bajas diluciones (1º y 6º centesimales) tienen acción cierta sobre los tejidos mismos del órgano. Así se explica la acción selectiva de la Digital sobre el músculo cardiaco, de Coccus cacti, Suero de anguila y Thlaspi bursa pastoris sobre los riñones, de Solidago y Spiritus quercus sobre el hígado y riñones, de Ceanothus sobre el bazo, de Azufre de antimonio dorado sobre los pulmones.

Las bajas diluciones pueden repetirse con frecuencia, y su empleo a menudo tiene que ser prolongado.

Las diluciones medias (30º) actúan sobre la sangre o por su mediación. Son las dosis útiles de los llamados remedios de drenaje, que facilitan la circulación y mejoran los transportes e intercambios de nuestro organismo, asegurando la más rápida y fácil eliminación de nuestros desechos y haciendo salir del organismo las toxinas perjudiciales que comienzan a fijarse en él.

Las diluciones medias no deben repetirse muy frecuentemente. No pueden usarse por tiempo prolongado; su indicación desaparece en cuanto cesa el trastorno funcional. Su prescripción depende únicamente de los signos patogenésicos observados.

Las altas diluciones (200º) actúan de modo más profundo sobre el individuo; su acción, más durable, se ejerce durante varios días. Por ello la dilución alta no debe repetirse a menudo, solamente cada quince días, con la condición imprescindible de que se observen nuevamente los signos característicos del remedio prescripto. En la generalidad de los casos, la trasformación del enfermo requiere un remedio diferente en dilución alta; siguiendo cierto orden de altas diluciones, el tratamiento homeopático conducirá, en cierto modo por escalones sucesivos, a la curación del enfermo.

El remedio a dilución alta es el remedio de fondo del médico homeópata. Es el que da los mejores resultados.

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